sábado, 28 de febrero de 2015




La mandíbula del crítico 


Siempre estoy ávido a descubrir autores considerados menores por el hecho de escribir best-sellers, esa casta de novelas mal miradas por el sólo hecho de llegar al gran público. Vender como pan bendito. Creo que el cetro de los literatos siempre mira en menos la obra que tiene un éxito sin precedentes, como si fuera algo negativo, amén de mal escrito. Me ha pasado que he leído clásicos contemporáneos que en realidad tienen errores y les falta la corrección de un buen editor literario; esa obras, sin embargo, son consideradas «mayores» por un grupo de críticos que en realidad juzga sin haber leído realmente la obra; sólo tienen la misma opinión que los demás supuestos críticos que han estudiado supuestamente una obra en particular. Creo que los críticos literarios no son capaces de llevar la contra y decir, por ejemplo, que Bolaño es malo, simplemente porque si lo hacen los otros críticos con más pedigrí (¿en este caso Ignacio Echeverría?) se abalanzarían a hacerlo trizas y lo devoraría como el cuervo a la carroña. Nadie se atreve a cuestionar la obra de esos clásicos modernos de «alta literatura» porque si lo haces una lluvia de insultos de alcurnia te dejará grogui. En realidad, lo que quiero decir es que los críticos que he conocido nunca tienen opinión propia. Tienen sólo la opinión de oídas, lo que oyó de un supuesto escritor, pero jamás tienen una opinión propia, y jamás hablarán mal de un escritor «mayor» que otro crítico con más poder ha tratado elogiosamente. Es decir (por ejemplo): Camilo Marks (crítico del diario El Mercurio) jamás dirá que Bolaño es malo porque el crítico Ignacio Echeverría (crítico de la meca literaria en castellano: España) ha dicho que es bueno. No más palabras. Esa es mi teoría. Capaz que no sea cierto. Ojalá. ¿Me doy a entender? Sin embargo, a veces te puedes encontrar con novelas larguísimas —de verdad muy largas, con letra pequeñísima— creadas por autores anglosajones. Y estas seguramente pasan desapercibidas por críticos como Echeverría o Marks. Lo mejor: best-seller yanqui. ¿Alguien ha visto la película Tiburón? La peli la hizo Steven Spielberg en 1975. Pero la idea de un selacimorfo que asesina como un psicópata no una idea original de Spielberg, sino de un escritor llamado Peter Benchley. Nacido en 1940 y muerto el 2006, estudió en Harvard y escribió discursos políticos para Lyndon B. Johnson. Benchley venía de una familia de periodistas y actores, y siempre estuvo obsesionado con el mar. Un buen escritor siempre debe tener una única gran obsesión que plasma en todas sus obras. Esa obsesión, desde luego, debe tratar de exorcizarla a través de una obra escrita. Benchley sólo nos dejó nueve libros. Nueve. En una ocasión, como todo detective literario que no tiene empacho de visitar las librerías «vulgares» de la calle Bandera, me encontré con la novela White Shark (Planeta, 1997). La edición estaba nueva e impecable y el precio no excedía los cinco mil pesos. Lo compré. Al tiempo leí una novela de terror que ponía a un animal como protagonista, algo como Cujo de Stephen King. En este caso, la trama —con harto suspenso— muestra un submarino hundido con un tiburón blanco adentro; un tiburón blanco que fue un experimento de la Segunda Guerra Mundial... ¿Mala literatura? ¿Mierda? ¿Por qué un texto que posee todas las características para poner a un lector en vilo devorando la narración es considerada mala literatura? Como en todo arte, la literatura está llena de trucos. Los géneros literarios tienen fórmulas. Cada escritor debe aprender las fórmulas por sí mismo. Los talleres literarios dirigidos por escritores de un libro (o tres libros) jamás te dirán el secreto para cocinar una novela que se lea de un tirón. Por favor, a los que quieren ser escritores: jamás vayan a un taller literario. Es pérdida de tiempo (y dinero). Menos a un taller de un escritor de un solo libro. Jamás escriban para expulsar pensamientos o sentimientos: eso no es literatura. Si quieren hacer eso, vayan a un siquiatra. La literatura es parte del negocio del entretenimiento, nada más. Los escritores que dictan talleres y que generalmente son escritores de un libro no tienen la fórmula; por eso sólo tienen un libro (o tres libros). Además, el aprendizaje de los trucos literarios lo debe hacer uno mismo leyendo cualquier tipo de literatura. Cualquiera. Ya sea ciencia ficción, literatura del oeste o literatura rosa. Lo peor que puede hacer un sujeto que se las da de escritor es leer lo que te recomienda un crítico de suplemento cultural. Desconfíen de los críticos (seguramente están confabulados con las transnacionales que publican). Fórmense su propia opinión y no hagan como los críticos que he conocido (un caso paradigmático es Marcelo Maturana, el peor editor free-lancer de Chile, cuyo seudónimo es Vicente Montañés en el diario Las Últimas Noticias). Tengan opinión. No sean zombis literarios. El asunto radica en leer de todo, y a mis manos llegó esa novela de Benchley que me la leí en una tarde. En otra ocasión leí Tiburón (Plaza & Janes, 1981), cuyo protagonista vuelve a ser un tiburón blanco con rasgos de sociópata. Así, de pronto, con el paso del tiempo, leí varios libros de Benchley, entre ellos Isla. Realmente es disfrutable leer a un autor que no pretendía llegar al altar mayor de la literatura. Así, por ejemplo, me zampé Abismo. Otra vez una novela traducida por editorial Planeta, y en esta ocasión la trama ocurre en las Bermudas y hay aventura a chorros. Lo último que leí de Benchley fue La bestia: un calamar gigante está en las profundidades y mata... Matar... Siempre se mata en la mala literatura, diría un crítico posmo que no sabe nada de nada. Pero los críticos pontifican y pontifican y crean un nicho y es preferible no pelear con ningún crítico o si no los poderes fácticos de la literatura te dejarán en la lista negra. Jamás te mencionarán. Una lista negra en la que hay nombres en secreto, escritores que jamás tendrán una buena crítica (o reseña) porque se hacen películas de sus obras, son showmans simpáticos y tienen una actitud mental positiva. Es posible —y es mi teoría— que la crítica especializada en literatura esté confabulada con las grandes editoriales con espectros de escritores que hacen amiguismo entre ellos y se leen entre ellos; la literatura para la gente común y corriente es, para ellos, mierda. Los criterios de ese sistema hacen una suerte de ley de Omertà. La ley del silencio, como en la Mafia. (Probablemete, Bolaño estaría de acuerdo conmigo si no se hubiera muerto hace once años.) Peter Benchley es un escritor que realiza hamburguesas, no hace caviar, pero qué va: da lo mismo. Al final igual ya nadie lee. Va contra los tiempos de oscurantismo en los que hay televisores y muchas basuritas tecnológicas. Nadie lee y a mí me da lo mismo porque seguramente ya estoy en la lista negra, quién sabe. Quién sabe lo que piensan los que manejan este sistema. Las grandes editoriales son, por sobre todo, industrias que quieren ganar dinero vendiendo y es posible que se privilegie a autores como Benchley. ¿Quién es quién para dictar el cánon? Lo que os digo: jamás confiés en los críticos, ellos no tienen opinión propia, ellos creen que la literatura debe ser de calidad, pero... ¿qué es la calidad? Yo les digo: la literatura, la buena literatura debe, por sobre todo, entretener. Bolaño entretenía con sus historias de poetas desesperados y Benchley también lo hizo con sus historias de seres de ultramar que matan sin lógica. A los dos los rescato. Traten de leer todo lo que un crítico no recomienda. Tal vez eso sea más interesante que lo publicado por autores que se leen entre ellos.













viernes, 6 de febrero de 2015

            La furia de Tarantino 

 
 
 
 
¿Qué es lo que hace que Quentin Tarantino, uno de los más reconocidos directores de cine de todos los tiempos, se enoje en momentos de lo más plácidos y normales? ¿De dónde proviene su furia? Un amigo diplomático de mi mujer me dijo que Tarantino, si no hiciera películas, estaría matando gente. En otra ocasión leí lo mismo en una biografía suya. El hecho es que se ha trenzado a golpes en restoranes, ha escupido y abofeteado a camarógrafos, ha hecho callar a entrevistadores, en fin. Tarantino es una tetera con agua hirviendo. Nacido en Knoxville, Tennessee, el 27 de marzo de 1963, hijo de un actor y músico amateur y una camarera, desde niño estuvo pegado a la pantalla del televisor. Literalmente, vio todo lo que había que ver para transformarse en uno de los más reconocidos directores de cine del planeta; incluso trabajó, adolescente ya, acomodando butacas en un cine porno y luego en Video Archives, una tienda de arriendo de películas que lo transformó de frentón en un cinéfilo. Era capaz de recomendarle a los clientes ciertos tipos de películas e incluso echarlos si no estaban a la altura. Su primer filme es de 1987, My Best Friend's Birthday, que rodó con escasísimo presupuesto. Aquí ya aparecen los personajes horteras de sus próximas pelis y es notable que haya logrado hacer un filme tan malo. ¿Lo habrá hecho a propósito? Estoy seguro de que hizo una mala primera película por pura pose. Siempre los directores de cine «cool» tienen una primera película mala. Recuerden a Francis Ford Coppola con Dementia 13 (1963), que, dicho sea de paso, a mí me gusta de los cojones. Tarantino ha sido cuestionado desde siempre y ha sido considerado un sujeto desestabilizado por directores de cine como Alex de la Iglesia. De la Iglesia contó que en una cena lo único que hablaba Tarantino era de cine. Pelis de artes marciales, de judo, westerns, en fin... Cine arcano... Alex quería irse porque Tarantino era monotemático y sólo le interesaba el cine, al igual como sólo le interesaba la literatura a Roberto Bolaño. Tarantino ha sido guionista, productor, director e incluso actor. Estudió actuación en la academia de Jimmy Best el sheriff Rosco P. Coltrane en The Dukes of Hazzard y es un reconocido mal actor, dicen por ahí, aunque a mí me gusta los roles que ha interpretado. Recuerden al sexópata de From Dusk Till Dawn. Hay que reconocer que Tarantino es un buen director, eso no se discute, pero siempre está a punto de explotar. ¿Si yo me trenzara a puñetazos con Tarantino? ¿Qué haría? Primero: debido a que es un sujeto alto, de más de un metro noventa de estatura, y yo, Ignacio Fritz, un sujeto relativamente bajo, tomaría un fierro y le asestaría de lleno en su cabeza de prominente mandíbula y frente amplia. Segundo: no creo que mis conocimientos en boxeo me ayuden con un tipo de la envergadura de Tarantino. Si bien estoy macizo, jamás podría pelear con ese mastodonte del cine. No me quedaría otra que decirle: «Quentin, contigo no quiero pelear. Eres mucho más grande que yo. Me ganaste». Tarantino nos ha ganado a todos. Es millonario, tiene líos sentimentales con la flaca Uma Thurman, incluso tiene un automóvil que ya me lo quisiera yo. Además, su capacidad de verborrea es envidiable. Le pusieron «Quentin» por un personaje interpretado por Burt Reynolds en la serie Gunsmoke. En su linaje corre sangre alemana y cheroqui. Pero la furia de Tarantino se refleja en sus películas... Antes de cumplir los treinta años, se manda un películazo: Reservoir Dogs. La trama ocurre en cuartos cerrados y tiene la sangre necesaria para alimentar el morbo de sujetos desestabilizados. En 1999 vi por primera vez Reservoir Dogs, estrenada por primera vez en 1992. Compré un cedé con su banda sonora. Hay gente que incluso copiaba los peinados de sus personajes. Hay diálogos cargados de chispa y demasiado humor negro. La palabra «negrata»  aparece a cada tanto, y eso ha molestado a otros colegas del cine, de raza negra, como Spike Lee. Claro que esa molestia es relativa. Hay un cameo de Tarantino en una peli de Spike Lee llamada Girl 6 (1996). «Q.T» es un director de cine famoso que ve el casting de una actriz de raza negra... En fin... Al final no sé quién está más molesto. ¿Seré yo el que está cabreado por el éxito de Tarantino? ¿Lo envidio? En 1996, para un ramo del colegio, vi Pulp Fiction. Me encantó. Me la repetí varias veces. Me gustaba el invento de las hamburguesas Big Kahuna y los cigarrillos Red Apple. Me agradaba la bobera de Vincent Vega. Una tontera que terminó con su muerte a manos del boxeador Butch. Con Jackie Brown (1997) me percaté que Tarantino era un director de cine maduro que podía hacer la adaptación de una novela de Elmore Leonard —uno de mis novelistas favoritos— sin morir en el intento. Con el dúo de pelis de Kill Bill también me sofoqué por el grado de «perfección» de todo, lo que hace que realmente tenga yo la furia hacia Tarantino, y no él hacia mí. La furia de Tarantino desembocó en mi propia furia. Confieso que mi peli favorita es Death Proof (2007). Aparte, Kurt Russell, el actor favorito de John Carpenter en Escape From L.A. (1996), actúa muy bien en esta película feminista. Porque Death Proof no es una película sobre un psicópata especialista en colisiones de acción de automóviles para películas, sino de unas chicas independientes que se las ven con un psicópata obsesionado con curvilíneas chicas independientes que... Envidio a Tarantino... La furia la tengo yo hacia él... Inglourious Basterds (2009) es una buena película bélica, sin embargo la actuación de Brad Pitt desmejora todo. Django Unchained (2012) me hizo tenerle más tirria a Tarantino cuando fui al cine y había una cola enorme para entrar. Había fanáticos por doquier. Pero la furia de Tarantino tal vez tiene su explicación a que se trata de un friqui, un excelente friqui, tan friqui como yo, que en realidad tengo sentimientos encontrados hacia él. Lo admiro, lo quiero y lo odio. Así de simple. The Hateful Eight, su última peli hasta el momento, será estrenada el 2015 y espero verla con mi mujer. Así como vi Django Unchained en la comodidad de mi casacon mi suegro cuando me vino a visitar. Mi furia es parecida a la de «Q.T». A ambos nos gusta la violencia en el cine y la literatura, y a ambos nos gusta la comida chatarra. Si me gusta la chatarra, no me puedo ir a las manos con Tarantino, ¿no creen? Debería ser su amigo. Total, espero que mi envidia hacia Tarantino se disipe cuando quede totalmente choqueado por su vulgar excelencia cinematográfica.