miércoles, 19 de noviembre de 2014

Un cóctel llamado «Bloody Sam»





El poeta Tomás Harris me iba a dar un ejemplo del fascismo en el arte. Estábamos en un restorán comiendo papas fritas y llovía a mares. Hacía frío en el exterior. Era julio. Nunca —lo confieso— había oído hablar de Sam «Bloody» Peckinpah. Ni remotamente. Tal vez no soy tan cinéfilo ni tan ilustrado. El asunto es que Tomás Harris me habla de Peckinpah y no sé por qué no terminó la idea y cada uno se fue a su casa muy campante. Al día siguiente googleé el nombre y me salieron muchos links. Sam Peckinpah fue un director de cine estadounidense que reformuló el western. Inventó el «western crespuscular», sin ir más lejos. Murió a los 59 años por un ataque al corazón y dejó al mundo la cantidad nada despreciable de quince películas. Quince. Una cifra pequeña, si lo comparamos con payasos como Woody Allen. Lo primero que hice fue comprar una película suya. Debía captar la esencia de este director de cine «facho». Tal vez me atraía el mismo hecho de que fuese «facho». Tal vez me atraía el hecho de que fuese un director de cine con fama de ebrio. Y no era sólo alcohol. Tengo entendido que después del rodaje de Los aristócratas del crimen (1975), se hizo adicto a la cocaína. De hecho, el actor James Caan dijo que Peckinpah siempre andaba colocado. «… ¿Que qué me parece Sam Peckinpah? Si consigo dos firmas más, haré que lo encierren… Está completamente trastornado. Quiero decir que lo está de una manera maravillosa, ya me entiendes. Pero lo van a encerrar. Lo primero que harán será poner su hígado en el Centro Médico de la Universidad de California. No se pudrirá nunca… Será como un fósil de esos. Dentro de mil años, todavía dirán: “Mira, ahí está todavía el hígado de Sam Peckinpah, dando botes, tomando coca y llevando gafas oscuras”». Hubo un error cuando corrigieron las galeradas de la biografía, pues pusieron «coca» con mayúscula, como si fuera «Coca-cola». En mi tienda de películas favoritas, me dijeron que sólo tenían La huida (The Getaway), de 1972, basado en una novela de Jim Thompson. (¿Han leído verdadero Hardboiled? Hablo de novelas negras con disparos y golpes de puño. Bueno… Jim Thompson es un claro exponente de la novela negra «dura» norteamericana: nihilismo a la vena. A veces te puedes encontrar con verdaderas joyas de Jim Thompson publicadas por le mejor editorial española que existe: Ediciones B. Tuve la suerte de leer Ciudad violenta y Sólo un asesinato. Narrativa policíaca con mucho slang y una economía impresionante de palabras. Jim Thompson es un as del relato policial moderno.) Y Peckinpah realizó la película. Sabía de un remake de La huida (The Getaway), de 1994, que es una verdadera bazofia. Ninguna peli con Alec Baldwin es buena. Pero esta, la de 1972, con la actuación de Steve McQueen y Ali MacGraw, me dejó de lleno como un superfan de Sam «Bloody» Peckinpah. Además, hay que reconocer que Ali MacGraw está buenísima. De ahí en adelante comencé a buscar toda la filmografía de Peckinpah. Lo segundo que vi fue La cruz de hierro (1977), un clásico bélico. Aquí se muestran a los alemanes nazis como verdaderamente son y no las boludeces ucrónicas de Quentin Tarantino en Bastardos sin gloria (2009). Después tuve la oportunidad de ver la mayoría de las películas de Peckinpah, como La pandilla salvaje (1969), Quiero la cabeza de Alfredo García (1974) aquí en Chile realizaron Tráinganme la cabeza de la mujer metralleta. No sé por qué, pero las películas chilenas de acción no me funcionan, seguramente porque hay un casting indecente y hay actores de teleserie que sirven sólo para hacer culebrones vistos por dueñas de casa—. Hay que decirlo sin anestesia: Tarantino no es tan buen director de cine como Peckinpah. Tarantino es un bebé de pecho al lado de Peckinpah. Nunca he visto mejor escena que la de los niños en un cementerio haciendo una ronda con una lápida en medio. Brutal. Peckinpah inicia la película Perros de paja (1971) con esa imagen de lo más poética. Dustin Hoffman actúa de putísima madre y ahí se ve de lo que es capaz de realizar un hombre bajo presión. «La gracia bajo presión» de la que hablaba Hemingway. Otra imagen buenísima la vi en Pat Garrett y Billy The Kid (1973) cuando unos niños juegan al columpio con una soga para ahorcar delincuentes. En fin. Sam Peckinpah pudo habernos deleitado con muchas obras maestras si no se hubiera muerto. Reconozco que vi Clave: Omega (1983), su última película, y aunque ya estaba desmejorado como persona, la peli resulta impresionante. Un thriller apoteósico. ¿Qué más puedo decir al tragar un cóctel llamado «Bloody Sam»? Violencia extrema podría ser el target de Peckinpah. Pero va más allá de eso, claro: hay profundidad psicológica. Clave: Omega está basada en una novela de Robert Ludlum, El caos Omega, que la publicó Javier Vergara Editor en 1981. Ludlum es muy conocido por la «Trilogía Bourne» que comprenden El caso Bourne, La Supremacía Bourne y Bourne: El Ultimátum, que han sido adaptadas al cine con el actor Matt Damon en el papel de Jason Bourne. (Hay que decir que la trama de estas películas se aparta bastante de la de las novelas escritas por Ludlum. Y ninguna película con Matt Damon salva. Igual que con Alec Baldwin.) En Clave: Omega (1983) aparece el finado Dennis Hopper y Chris Sarandon. En broma, mi mujer siempre me dice que Chris Sarandon, el mismo que hizo de vampiro sexi en Fright Night, es «Really, really, good looking». De cualquier modo, me quedan por lo menos tres películas que no he visto de este directorazo que nunca había oído mencionar hasta esa noche de julio. En realidad, me quedarían dos. Su debut cinematográfico lo realizó con Compañeros mortales (1961). Y es la peli que le recomienda «no ver» a sus amigos. Y como me considero amigo de Peckinpah, no la veré. Aunque tengo muchas ganas de verla y está en YouTube, además. Igual me queda mucho por aprender de Sam «Bloody» Peckinpah y espero que algún día el poeta Tomás Harris termine su disertación acerca de los artistas de ideología fascistoide.