El poeta Tomás Harris me iba a dar un ejemplo del fascismo en el arte.
Estábamos en un restorán comiendo papas fritas y llovía a mares. Hacía frío en
el exterior. Era julio. Nunca —lo confieso— había oído hablar de Sam «Bloody» Peckinpah.
Ni remotamente. Tal vez no soy tan cinéfilo ni tan ilustrado. El asunto es que
Tomás Harris me habla de Peckinpah y no sé por qué no terminó la idea y cada
uno se fue a su casa muy campante. Al día siguiente googleé el nombre y me
salieron muchos links. Sam Peckinpah fue un director de cine estadounidense que
reformuló el western. Inventó el «western crespuscular», sin ir más lejos.
Murió a los 59 años por un ataque al corazón y dejó al mundo la cantidad nada
despreciable de quince películas. Quince. Una cifra pequeña, si lo comparamos
con payasos como Woody Allen. Lo primero que hice fue comprar una película suya.
Debía captar la esencia de este director de cine «facho». Tal vez me atraía el
mismo hecho de que fuese «facho». Tal vez me atraía el hecho de que fuese un
director de cine con fama de ebrio. Y no era sólo alcohol. Tengo entendido
que después del rodaje de Los aristócratas del crimen (1975), se hizo
adicto a la cocaína. De hecho, el actor James Caan dijo que Peckinpah siempre
andaba colocado. «… ¿Que qué me parece Sam Peckinpah? Si
consigo dos firmas más, haré que lo encierren… Está completamente trastornado.
Quiero decir que lo está de una manera maravillosa, ya me entiendes. Pero lo
van a encerrar. Lo primero que harán será poner su hígado en el Centro Médico
de la Universidad de California. No se pudrirá nunca… Será como un fósil de esos.
Dentro de mil años, todavía dirán: “Mira, ahí está todavía el hígado de Sam
Peckinpah, dando botes, tomando coca y llevando gafas oscuras”». Hubo un error
cuando corrigieron las galeradas de la biografía, pues pusieron «coca» con mayúscula, como si fuera «Coca-cola».
En mi tienda de películas favoritas, me dijeron que sólo tenían La huida (The
Getaway), de 1972, basado en una novela de Jim Thompson. (¿Han leído
verdadero Hardboiled? Hablo de novelas negras con disparos y golpes de puño.
Bueno… Jim Thompson es un claro exponente de la novela negra «dura» norteamericana: nihilismo a la vena. A
veces te puedes encontrar con verdaderas joyas de Jim Thompson publicadas por
le mejor editorial española que existe: Ediciones B. Tuve la suerte de leer Ciudad
violenta y Sólo un asesinato. Narrativa policíaca con mucho slang y
una economía impresionante de palabras. Jim Thompson es un as del relato
policial moderno.) Y Peckinpah realizó la película. Sabía de un remake de La
huida (The Getaway), de 1994, que es una verdadera bazofia. Ninguna
peli con Alec Baldwin es buena. Pero esta, la de 1972, con la actuación de Steve
McQueen y Ali MacGraw, me dejó de lleno como un superfan de Sam «Bloody» Peckinpah. Además, hay
que reconocer que Ali MacGraw está buenísima. De ahí en adelante comencé a
buscar toda la filmografía de Peckinpah. Lo segundo que vi fue La cruz de
hierro (1977), un clásico bélico. Aquí se muestran a los alemanes nazis
como verdaderamente son y no las boludeces ucrónicas de Quentin Tarantino en Bastardos
sin gloria (2009). Después tuve la oportunidad de ver la mayoría de las
películas de Peckinpah, como La pandilla salvaje (1969), Quiero la
cabeza de Alfredo García (1974) —aquí en Chile realizaron Tráinganme la cabeza de la mujer metralleta.
No sé por qué, pero las películas chilenas de acción no me funcionan,
seguramente porque hay un casting indecente y hay actores de teleserie que
sirven sólo para hacer culebrones vistos por dueñas de casa—. Hay que decirlo sin anestesia: Tarantino no es tan buen director de
cine como Peckinpah. Tarantino es un bebé de pecho al lado de Peckinpah. Nunca
he visto mejor escena que la de los niños en un cementerio haciendo una ronda
con una lápida en medio. Brutal. Peckinpah inicia la película Perros de paja
(1971) con esa imagen de lo más poética. Dustin Hoffman actúa de putísima madre
y ahí se ve de lo que es capaz de realizar un hombre bajo presión. «La gracia
bajo presión» de la que hablaba
Hemingway. Otra imagen buenísima la vi en Pat Garrett y Billy The
Kid (1973) cuando unos niños juegan al columpio
con una soga para ahorcar delincuentes. En fin. Sam Peckinpah pudo habernos
deleitado con muchas obras maestras si no se hubiera muerto. Reconozco que vi Clave:
Omega (1983), su última película, y aunque ya estaba desmejorado como
persona, la peli resulta impresionante. Un thriller apoteósico. ¿Qué más puedo
decir al tragar un cóctel llamado «Bloody
Sam»? Violencia extrema podría
ser el target de Peckinpah. Pero va más allá de eso, claro: hay profundidad
psicológica. Clave: Omega está basada en una novela de Robert Ludlum, El
caos Omega, que la publicó Javier Vergara Editor en 1981. Ludlum es muy
conocido por la «Trilogía
Bourne» que comprenden El caso Bourne, La
Supremacía Bourne y Bourne: El Ultimátum, que han sido adaptadas al
cine con el actor Matt Damon en el papel de Jason Bourne. (Hay que decir que la
trama de estas películas se aparta bastante de la de las novelas escritas por
Ludlum. Y ninguna película con Matt Damon salva. Igual que con Alec Baldwin.)
En Clave: Omega (1983) aparece el finado Dennis Hopper y Chris Sarandon.
En broma, mi mujer siempre me dice que Chris Sarandon, el mismo que hizo de
vampiro sexi en Fright Night, es «Really, really, good looking». De
cualquier modo, me quedan por lo menos tres películas que no he visto de este
directorazo que nunca había oído mencionar hasta esa noche de julio. En
realidad, me quedarían dos. Su debut cinematográfico lo realizó con Compañeros
mortales (1961). Y es la peli que le recomienda «no ver» a sus amigos. Y como me considero amigo de
Peckinpah, no la veré. Aunque tengo muchas ganas de verla y está en YouTube,
además. Igual me queda mucho por aprender de Sam «Bloody» Peckinpah y espero que algún día
el poeta Tomás Harris termine su disertación acerca de los artistas de ideología
fascistoide.