jueves, 16 de julio de 2015


En el cetro del terror
 
 
 
¿Qué cosa puedo escribir de Stephen King que no se haya dicho? Es un superventas, es traducido a un sinnúmero de idiomas, es millonario (si es que serlo sea algo positivo). Todos lo conocemos como uno de los grandes escritores de terror en lengua inglesa, si no el mejor. El más potente. Cuando compramos una novela suya, sabemos que nos encontraremos con una novela ladrillo, de quinientas páginas como mínimo (o más), que te sumergirá en un mundo nuevo, escalofriante. Quizá no sea tanto por lo escalofriante, claro, pero las historias que nos muestra son notables en cuanto a su rareza, si pensamos que lo raro es algo sobrenatural. Stephen King nació en 1947 en los Estados Unidos, específicamente en Portland, Maine, y es sin duda uno de los escritores con más adaptaciones al cine sobre lo que ha escrito. Cuando busco una novela de terror, más que sobrecogerme con lo que voy a leer, estoy buscando entretenerme con una historia que me muestre un mundo oculto, claro que con principios visibles, tangibles. Así ocurrió cuando me zampé El ciclo del hombre lobo, una novela corta de King sobre un hombre-lobo que se transformaba en luna llena en fechas emblemáticas, como el 4 de julio (fecha de la independencia de los Estados Unidos), y, es obvio que me divertí, no tanto por el terror en sí mismo, cosa que actualmente no me ocurre con las novelas de terror (ya no siento miedo con nada pues lo he visto todo), pero creo que esa novela era el paradigma de una historia licantrópica en pleno siglo XX, el tiempo en que la civilización ha pasado por tantísimos horrores que ya nada es lo suficientemente trágico para que produzca una parálisis de terror o que se te paren los pelos. Luego de una dictadura, donde hubo terror real, donde hubo detenidos desaparecidos, es poco probable que el gran público quiera deleitarse con textos de ficción que exploren el terror, salvo que el tema contenga lo que se vivió en la época del terror, el verdadero terror, ese de estadios con gente que moría de un balazo en la nuca. Por eso en Chile las novelas de terror no funcionan, para mi desgracia, pero esto no es totalmente cierto, pues en sociedades más desarrolladas a nivel intelectual, el tema radica en que el mercado lo absorbe todo y hay cabida para todo; por tanto, si esta premisa fuese válida, en Chile, si hubiese un mercado editorial como en yanquilandia, se podrían publicar muchísimas novelas de terror, aunque se haya pasado por una dictadura que mató gente porque pensaba diferente. Pero el mundo literario en Chile es muy pequeño, los escritores siguen escribiendo sobre lo que pasó en la dictadura, en sus familias oligárquicas o proletas, pero poco o nada hay de cabida para textos de terror que hagan honor a lo que King hace. En un viaje por Europa, hace dos años, me leí una novela de King de mil páginas, Apocalipsis, su obra más ambiciosa, aunque todas las novelas de King son ambiciosas. Creo que volvía la historia sobre un hecho que no escapa a toda lógica, el fin de mundo (cosa que puede ocurrir en cualquier momento), pero el tema de fondo en las novelas de King es cómo te puedes joder bien jodido con lo Oculto, lo que se escapa de las manos. Christine, sobre un automóvil encantado que cobra vida, es el prototipo de texto que tal vez nos hace reflexionar que tal vez el mayor problema radica en cómo los seres humanos tomamos las situaciones que se nos presentan, sobre todo si estas escapan a toda lógica y te confunden. El automóvil encantado termina matando su dueño, y es destruido de una forma poco ortodoxa. O Cell, la primera novela sobre zombis, o algo muy similar, siempre con la idea de que el mundo se acaba, el Juicio Final; aquí los celulares provocan una extraña reacción. Sería estupendo hacerse millonario escribiendo sobre una escolar con poderes síquicos, como en Carrie, o sobre un cementerio indio que hace revivir cadáveres, o sobre una fanática que termina secuestrando a su escritor fetiche como en Misery. Stephen King es un hombre preparado para narrar de tal manera que cuando lo lees en Chile, te percatas que nada de lo que se produce aquí está a la altura de lo que en los Estados Unidos se fabrica. ¡Estados Unidos por siempre! Una figura como Stephen King puede hacerte pensar que el mejor superventas chileno, sea Hernán Rivera Letelier o Carla Guenfelbein, no son nada en comparación a lo que King puede escribir cuando se le da la gana. Y aquí me gustaría decir que los escritores chilenos nunca escribirán como King porque todavía están pegados en la dictadura; las editoriales chilenas buscan huevadas relacionadas con Chile y si te pasas de listo y realizas un diálogo con obras extranjeras, jamás serás publicado como corresponde. España se fija en escritores-hormiga del Cono Sur de América, los entrevista para el suplemento Babelia del diario El País, pero todavía siguen pegados en la dictadura. ¿Cuándo me sorprenderán y alguien pueda realizar una buena novela de terror de más de quinientas páginas? Porque aquí el terror, como dije hace unas líneas, está relegado a un plano inferior, jamás se hará una novela como El resplandor porque no da el caletre para hacerlo, es mejor estar escribiendo de un pendejo guatón que hace un viaje al norte y se arregla los dientes. Stephen King jamás hubiera existido en Chile, porque jamás lo hubieran publicado en Chile, un país de amiguismo y corrupción. Tal vez si realizaran un Salvador Allende, cazador de vampiros, probablemente se trataría de sacar algo, pero el público todavía está resentido, creo que no hay cabida para el terror en Chile. O tal vez puede que me equivoque. Ojalá. Lo cierto es que Stephen King nos da que pensar, y yo daría lo indecible para llegar a escribir como él, aunque tal vez tenga una factoría de escritores fantasma trabajando para él. Lo que hace no es humano. Escribe como los dioses, y eso significa que es un dios. Un dios pagano. Creo que más allá de su literatura podremos encontrar significados ocultos, siempre relacionados con la muerte, y el Verbo es sólo una palabra que provoca repulsión. En una conversación con Antonio Skármeta, en enero último, me dijo que él había querido ser escritor norteamericano. Yo le dije que a mí me pasaba lo mismo, simplemente porque no creo que King hubiese fracasado en el mundo anglosajón porque su nombre no le dijera nada a nadie y no perteneciera a grupos de poder. Sí, sería estupendo escribir como Stephen King, o ser traducido a todos los idiomas posibles. Un éxito sin precedentes que no está a la altura de alguien que es conocido sólo en su casa, como pasa entre los escritores chilenos, que siempre se están abriendo paso a codazos y pasan de cena en cena haciendo relaciones públicas que no llegarán a ninguna parte, salvo para que España se fije en ti, pero será sólo una fugaz experiencia: sólo te mirarán si realizas algo que no se esté haciendo en los Estados Unidos. Si lo hace yanquilandia, da lo mismo que se haga en Chile. Mala cueva la mía.

lunes, 8 de junio de 2015


Hemingway se vuela los sesos

 

Ernest Miller Hemingway es uno de los más grandes escritores de todos los tiempos. Al menos eso dicen los críticos. Los verdaderos críticos. Al menos, se ganó el premio Nobel de Literatura en 1954, junto con el Pulitzer en 1953. Nacido en Oak Park, Illinois, Estados Unidos, en 1899, manejó una ambulancia de la Cruz Roja en la Primera Guerra Mundial, donde fue herido de gravedad y se enamoró de una enfermera que le sirvió de inspiración para escribir Adiós a las armas (1929). La enfermera no correspondió su amor y Hemingway volvió a los Estados Unidos para casarse y vivir en Europa —París, específicamente— trabajando como corresponsal de prensa. En los locos años 20, frecuentó el círculo de literatos de la llamada «Generación Perdida», grupo de escritores —John Dos Passos y Francis Scott Fitzgerald, entre otros— que para Gertrude Stein lo único que hacían era perder el tiempo con la bebida. A los veintitrés años, Hemingway publica su primer libro de cuentos y poemas, Tres cuentos y diez poemas, que fue prohibido en su ciudad natal y molestó a su familia. (Los escritores siempre molestan a sus familias.) Hemingway comenzó a tener repercusión literaria en 1926, cuando publicó Fiesta en la editorial Charles Scribner's Sons. ¿Por qué Hemingway se voló los sesos? Gran pregunta. ¿Habría indicios de su decisión a lo largo de sus publicaciones? Tuvo gran impacto la novela Fiesta. Jack Barnes —el periodista emasculado de Fiesta—, se junta con un grupo de amigos en París y viajan a Pamplona a ver las corridas de toros (la fiesta del San Fermín). El personaje Barnes está castrado por culpa de una herida de guerra. Una herida acaecida en la Primera Guerra Mundial. Está castrado igual que un toro. Jack Barnes se engancha con la infaltable, una mujer promiscua que es ninfómana y tiene amoríos con casi todos los personajes de la novela. Fiesta prefigura el estilo lacónico de Hemingway. Descripciones detalladas del ambiente, diálogos punzantes y mucha acción. Desde luego, lo que prevalece en la literatura de Hemingway es la acción. La tauromaquia fue una de sus pasiones. La tauromaquia es pura tragedia. Porque en la tauromaquia hay una apología a la muerte y Hemingway estaba obsesionado con la misma. Tal vez no se hubiera suicidado con un escopetazo si la muerte no le hubiese interesado. Antes de Fiesta, publicó un volumen de cuentos titulado En nuestro tiempo (1925). El corpus narrativo de un escritor siempre debe tener un único y gran tema. Para Hemingway, fue, claro, la muerte. Cómo no. El notable cuento «Campamento indio», por ejemplo, nos muestra al pequeño Nick Adams, álter ego de Hemingway, que va con su padre a supervisar un parto de unos indios y el marido de la embarazada termina degollándose con una navaja porque no soporta los gritos de su mujer al dar a luz. O el magistral cuento noir —antes de que la literatura de género negro comenzara con Raymond Chandler—, «Los asesinos» —escrito en una noche—, que muestra al mismo Nick Adams en un restorán —el Henry's— acechado por dos pistoleros que matarán a un ex boxeador que tuvo líos en Chicago. Los pistoleros no encuentran al boxeador —que siempre iba a cenar al restorán—, se van y Adams decide avisarle a la víctima, en su pensión, quien no hará nada de ahí en adelante porque no quiere escapar: sólo esperará la muerte. La muerte fue el gran tema de este escritor que terminó suicidándose. Lo que pasa es que al leer a Hemingway te encuentras con una dosis de melancolía exasperante. Basta leer muchos de sus libros para darte cuenta de que el tipo sufría de una nostalgia y melancolía apabullante. Tengo varios cuentos favoritos de Hemingway. El crítico Fernando Emmerich escribió una vez en «Revista de Libros» de El Mercurio que Hemingway era un novelista mediocre. Recuerdo que el artículo salió para el centenario de su nacimiento, en 1999, y estuve en desacuerdo. Lo importante en Hemingway es lo que no se cuenta. Pongamos, por caso, el cuento «Colinas como elefantes blancos» o «El mar cambia». ¿De qué trata cada cuento? En el primero una pareja habla con nostalgia de su separación. «Y pudimos tener todo esto y cada día lo hicimos más imposible». En el segundo, en cambio, hay nuevamente una pareja, pero la mujer ha cambiado de equipo. Si no recuerdo mal, la mujer termina siendo lesbiana. Sexo y muerte; parejas que están unidas por un hilo; niños observadores. La guerra, un lugar donde prevalece la muerte, inspiró mucho a Hemingway. Por quién doblan las campanas (1940) es sobre la guerra civil española. O sea, el Adiós a las armas y Por quién doblan las campanas hay una guerra de fondo; sin embargo, el tema principal es sobre parejas que están expuestas en un escenario adverso. Ellos no pueden cambiar en donde están situados; sólo pueden luchar. La lucha del hombre por la vida es el gran tema en Hemingway. La guerra y la tauromaquia y la muerte no es más que una justificación para mostrar a personajes que luchan en la vida ante los problemas. «El mundo es maravilloso, y vale la pena lucha por él». Es una gran frase de Hemingway que a todo esto tenía grandes frases, y que se refleja en la trama de El viejo y el mar (1952): un viejo pescador cubano lucha en contra de un pez, lo caza y termina perdiéndolo por culpa de los tiburones (a fin de cuentas: la lucha del hombre por la vida). Hemingway fue un luchador, un guerrero que al final perdió: se suicidó. Confieso que cuando en 1997 vi la miniserie Hemingway, protagonizada por Stacy Keach, decidí que quería ser escritor. El personaje Hemingway exuda vitalidad. Hemingway es el prototipo de la masculinidad. He leído la mayoría de sus obras, la más débil es El verano peligroso (1985), novela póstuma que publicó para la revista Life sobre la rivalidad entre dos toreros. Particularmente, a mí me gusta Islas en el golfo y París era una fiesta. También me gusta Al romper el alba (1999), también póstuma, que compré en la FILSA (Feria Internacional del Libro de Santiago) en 1999, y que muestra el mundo de los safaris. El jardín del Edén (1986) exhibe otra vez a una pareja en un relato inédito para un escritor tan material y activo como Papá Hem. Al final, su lucha por la vida desembocó en un suicidio. Con todos los achaques debido a su personalidad autodestructiva, no podía escribir y estaba para el gato. Decidió dispararse con una escopeta de caza, la caza que tanto le gustaba en África, esa que le sirvió de inspiración para escribir Las verdes colinas del África o La vida breve y feliz de Francis Macomber. Hemingway terminó con los sesos desparramados en una habitación. Un final trágico. Un final de lo más literario. Nunca sabremos qué pasó en su cabeza al momento de jalar el gatillo.

viernes, 1 de mayo de 2015


Escritores de temer

 

Siempre me ha gustado la literatura de género. Para mí no es basura, a diferencia de lo que piensan los pseudointelectuales que hay en Chile, manga de tarados que preconizan lo que es bueno en literatura, aunque ellos en realidad no saben cómo funciona el mundo editorial, arbitrario y despiadado. O tal vez sí saben cómo funciona pero igual quieren dar la lata con lo «correcto» y «literatoso». Precisamente es este mundo despiadado lo que hizo que existiera un escritor de temer: Elmore Leonard. Nació el 11 de octubre de 1925 en Nueva Orleans y murió en Detroit el 20 de agosto del 2013. Escribió, en la década de los años 50, novelas del Oeste. Reconozco que el único novelista del Oeste que he leído es Marcial Lafuente Estefanía, otro novelista de temer, aunque siempre me sacaré el sombrero ante escritores como Leonard o Estefanía. En una ocasión, Pedro Pablo Guerrero, periodista de «Revista de Libros» del diario El Mercurio y docente del Magíster en Edición de la Universidad Diego Portales a todo esto un buen amigo mío, me dijo que ni siquiera leía a autores como Harold Robbins. Vale decir: Elmore Leonard, Marcial Lafuente Estefanía y Harold Robbins forman parte del grupo de escritores de temer, aquellos que siempre serán considerados «incorrectos» por la masa bien pensante e ilustrada. Puede que consideres que es mala literatura, pero hay que reconocer que son obras que no aburren. Para nada. Eso ya es meritorio. Un tipo que no sabe nada de literatura, que en una ocasión encontró malo un cuento mío sobre un serial killer, Roberto Fuentes, que publica y publica en editoriales como Alfaguara y profita de la literatura dictando talleres literarios para ignotos —en los que cobra dinero. Si yo hiciera un taller literario, no cobraría. Haría lo de José Donoso. Hay que tener estilo—, y que gana premios y premios como el de revista Paula que a todo esto ya no significa absolutamente nada; cualquiera gana el Paula y ya no tiene la repercusión de antañoconsideraba que mi cuento «Escrituras de un psycho killer» era malo. Lo que no sabía este sujeto lloriscón es que mi cuento era un homenaje oblicuo a Elmore Leonard. No en balde, Quentin Tarantino hizo una película basándose en una novela suya. Lo confieso: me agradaría escribir como Elmore Leonard. Puedes encontrar sus novelas en Ediciones B, Versal o Alianza Editorial. Puedes encontrarlo en las librerías de viejo de la Galería Venetto, en Providencia, y disfrutar de su mazamorra de acción. Elmore Leonard es de la escuela de Jim Thompson, sí. Lo bueno de Elmore Leonard es que fue un escritor prolífico. Lo bueno es que te engancha desde la primera línea. ¿Qué he leído de Elmore Leonard? Bueno, bueno. Vayamos con calma. Touch, sobre un personaje llamado Juvenal, que sana a la gente con las manos. Trescientas sesenta páginas adictivas que se leen sin que te des cuenta. Lo otro que he leído es Joe LaBrava, ganadora del premio Edgar. Aquí vemos las aventuras de un agente del Servicio Secreto. ¿Qué más? Tú ganas, Jack, Rum Punch, Fulgor de muerte y El cazador de gatos. Se han hecho películas y series televisivas de sus obras, y reconozco que me faltan todavía muchas novelas de Leonard para disfrutar de este invierno que se nos vendrá. ¿Cuántas? Más de veinte. Aunque no escribió tanto como James Hadley Chase, Leonard es un autor de temer. No es aburrido. Y cuando digo que es de temer, digo que es un autor que engancha con su prosa. No quiere ser «literatoso». Sobre todo: aburrido. Aquí en Chile, todos los huevones quieren realizar alta literatura. Todos los huevones quieren escribir para la abuela chota que veranea en Zapallar o Cachagua y compra libros en el Alto Las Condes. En realidad, no son más que eso: huevones. No saben que realizar literatura chatarra es lo máximo. El género policíaco tuvo a su hombre: ELMORE LEONARD. «Si suena como la escritura, lo reescribo». Regla importantísima de Leonard. Regla que cualquier escritor de temer debe aplicar como un mantra. Lo bueno de Leonard es que se paseó por el género policial y lo hizo suyo. Le dio su propio toque. Y puede que muchos traten de imitarlo, pero no lo lograrán. El escritor de temer no debe imitar. El escritor de temer debe inventar. Los que se creen escritores y aburren con su literatura, deben percatarse que en el magma literario mundial hay gente como Elmore Leonard que supo lo que hacía y logró lo que cualquier escritor que se precie desea: ser reconocido y llevado a la gran pantalla. Porque Leonard fue uno más en Hollywood, la tierra de los frívolos y despiadados, el lugar en el que falleció de sobredosis el ingenuo River Phoenix. El lugar que desecha a los que no sirven. No hay nada más que decir. Entre los escritores de temer, podemos encontrar a tipos que saben lo que hacen. La estampa de un escritor de temer, que jode con su literatura al crítico más docto, al jurado de premio literario más conservador y retrógrado véase la última versión del Premio de Novela «Revista de Libros» del año 2014, que jode al cura Valente inclusive, sabe que el escritor de temer debe serlo desde que se baña hasta que se acuesta. Un escritor de temer debe tener un perfil que lo diferencie de autores como Pablo Simonetti, que a todo esto es boring. Aburrido. Hay que execrar la literatura aburrida. Hay que desafiar al crítico a lo Ignacio Valente si quieres ser un escritor de temer. Valente debe escandalizarse. Ya lo hizo Fuguet con Mala onda. Fuguet es un escritor de temer. Ortega, Baradit y Bisama son escritores de temer. Martín Muñoz Kaiser es un autor de temer. Y me quiero detener un momento en Muñoz Kaiser con su novela de zombis Evento Z, publicada por Forja hace poco. Muñoz Kaiser nos pone la epidemia zombi en Valparaíso, algo inédito en Chile, y creo que lo logra y puede ser considerado un escritor de temer, aunque a lo largo de la novela nunca te dice cómo se generó, de dónde proviene el virus que convierte al cadáver en zombi. Es lo único que critico de su gran novela y lo bueno que está el catálogo de editorial Forja, con publicaciones como El engendro, de Jean Pierre Coudeau. Como punto final, debemos recalcar que el escritor de temer es un escritor de tiempo completo, aquel que no se aprovecha de su pasado en la pobla ni es un autor que desea ser «correcto» para un jurado de lateros —veáse Premio de Novela «Revista de Libros» del diario El Mercurio año 2014 con Roberto Ampuero (igual salva, muy de vez en cuando, Ampuero), Carlos Franz (un bluff) y Alonso Cueto (un novelista policial maometano)—. Aunque algunos son «correctos» a su modo. El escritor de temer sabe que su literatura no es como la de Pablo Simonetti. Lo aburrido no es una palabra en el léxico del escritor de temer. Que cada uno saque sus propias conclusiones al respecto. Nada más.

 

sábado, 28 de marzo de 2015


¿Qué hizo Sasha Grey?

 

 

Sasha Grey es una actriz de películas pornográficas. Si googleas su nombre, aparecerán muchos links para poder verla en cueros haciendo guarradas. Es atractiva, hay que reconocerlo. Diría que es bonita —aunque no es mi tipo, pero tiene lo necesario para ser una buena actriz triple equis. Su verdadero nombre es Marina Ann Hantzis, nació en marzo de 1988, y se puso el nombre artístico de «Sasha Grey», comenzando su carrera en el cine para adultos el año 2006. Ha declarado que el nombre «Sasha» viene de Sascha Konietzko del grupo KMFDM, mientras que «Grey» procede de la novela de Oscar Wilde El retrato de Dorian Gray y de la escala de Kinsey de la sexualidad. Más de alguno ha querido tener sexo con Sasha Grey incluso yo, y tal vez más de alguno se conforma con un rudimentario jerk-off, una masturbación a la rápida viéndola en tu computadora... Ella gimiendo... Ella masturbándose solita... Ella mamando vergas... Ella eyaculando... Desde luego, Sasha Grey hace cochinadas, desde meterse consoladores súpergrandes hasta mamársela a varios al mismo tiempo. La mujeraza ha aparecido en orgías juntos a grandes del porno duro como Rocco Siffredi, el italiano, donde ella le pidió un golpe en el estómago mientras le realizaba una felación. Como modelo, Sasha Grey apareció en un video de los Smashing Pumpkins, y ha participado en películas «serias» desde su retiro del cine para adultos el año 2011. Reconozco que si estuviera soltero, trataría de ligarme a una mujeraza como Sasha Grey, sobre todo teniendo conocimiento de lo que es capaz de hacer en la intimidad de la alcoba. Sus medidas son 86-66-79, tiene el cabello castaño claro y sus ojos son de color café. No está mal. Ha rodado alrededor de ochenta películas porno, ha sabido lo que es tragarse el semen, ha tenido —o fingido— explosivos orgasmos. Sasha Grey ha ganado varios premios de la industria del sexo, alrededor de catorce, y la muy bribona hace de Dj en fiestas cool y hasta ha sacado su propia novela. Aquí me quiero detener un poco. ¿Oyeron bien?: su propia novela. O sea, tiene un libro. La novela se llama La sociedad Juliette (Grijalbo) y no lo confundan con Juliette del Marqués de Sade. Ha escrito desde niña, muestra un mundo que el amable lector no ha vivido, y es buena lectora. Requisitos necesarios para meterte en el mundo de la literatura: mostrar algo que nadie conoce o tiene conciencia. Desde luego, la novela exhibe a una chica, Catherine, que se involucra en un club secreto y misterioso donde se practican actos lujuriosos. Catherine es una estudiante de cine con inquietudes sexuales que explora el mundo de la lujuria y se mete en este selecto club, sin embargo todo puede cambiar y ella podría perder todo lo que tiene por el solo hecho de alcanzar la petite mort o el orgasmo. Placer sexual. La trama de La sociedad Juliette me remite a Ojos bien cerrados (1999) de Stanley Kubrick. Deseo y fidelidad. Grandes temas para realizar una novela de corte erótico. Porque el sexo vende. Si está bien planteado, puedes disfrutar de la obra y, si todo marchó bien, te realizarás varias preguntas al final. ¿Qué hizo Sasha Grey? Venía de una familia de clase obrera. Viajó a Los Angeles y se metió en el despiadado mundo del porno. Tuvo sexo sin cortapisas. Logró que la publicaran y la tradujeran a varios idiomas. Porque, claro, es simple literatura erótica. Nada más. El mundo editorial contempla siempre factores externos a la obra. Había buen material con la novela, pero el hecho de que la hubiese escrito una ex actriz de películas porno subía los bonos. Algo que siempre me ha cabreado del mundo editorial son los puntos extraliterarios que debe tener un autor para que la obra sea publicable y tenga éxito. Sasha Grey era archiconocida por sus guarradas a las que le pagaban dinero, y era en sí una mujer con todas las posibilidades de ganar si publicaba una novela. O sea, tal vez no hubiera tenido ninguna repercusión si Sasha Grey hubiese publicado una novela del Oeste, pero si publicaba una novela erótica, las cosas irían a pedir de boca. La sociedad Juliette se transformó en un éxito de ventas. A nivel de estilo, la novela está narrada en primera persona, usa correctamente el presente y hay oraciones cortas. Hay una protagonista joven e inocente. Sasha Grey es una mujer inteligente, seguramente consiguió lo que ha conseguido siguiendo métodos no muy ortodoxos, tal vez tuvo sexo salvaje con el editor que la publicó... Qué sé yo... Me hubiera gustado haber sido su editor. Porque si hubiera sido su editor, seguramente me hubiera enganchado con ella —hubiéramos terminado teniendo sexo salvaje—, pero como no fui su editor y estoy felizmente casado, eso no ha ocurrido. Incluso, el libro puede ser más interesante que la trilogía Cincuenta sombra de Grey, de E.L. James, texto —sólo es un «texto»... «Basura porno para abuelitas» en palabras de Stephen Kingque ha sido llevado al cine y ha vendido como pan bendito. ¿Qué ha hecho Sasha Grey? Hizo un best-seller de personajes llanos, predecibles. Aparte del rollo sexual, no hay nada destacable. La trama huele a historia archiconocida. Las jugadas comerciales de Grijalbo hacen pensar que sólo prevalece lo que antecede a Sasha Grey, su pasado de actriz porno, y nada más. Porque la historia es nada más que una novela erótica que si hubiera sido firmada con otro nombre, hubiese pasado sin pena ni gloria. Ya dije que la trama es archiconocida cae en el lugar común, y es obvio que la publicaron porque ella había sido una actriz triple equis. En lo particular, el porno me gusta como género, encuentro que tener la opción de elegir a una chica en la Internet para tener una fantasía sexual de corto alcance es válido, sobre todo a los solitarios, pero aquí en esta novela todo me huele a bluff. No hay calidad literaria. Es refrito liviano de lo del Marqués de Sade. Nada más. Tiene un estilo parco y convencional. Cero riesgo. Aparte, si hay riesgo, las megaeditoriales no te publican. Promocionaron a tope el libro, y Sasha Grey ha ido a ferias del libro como la de Guadalajara, pero te digo: no es literatura. Si quieres pasar un buen rato, léelo, sueña con que te acuestas con Sasha Grey, pero no esperes encontrarte con un filón. Seguramente, Sasha Grey es una chica dulce y cerebral como un científico... No tiene la estampa de una actriz del cine porno. No es tetona ni rubia, pero uno se puede imaginar que es tu vecina que te complacerá en tus más deseadas fantasías sexuales... Bienvenida a la literatura, Sasha Grey. Sabes que el camino de la vida no es fácil, tal vez no seas mi tipo —prefiero a Luigina Nike y Sandra Shine—, pero me agradó leer tu novela.

 

 

 

 

sábado, 28 de febrero de 2015




La mandíbula del crítico 


Siempre estoy ávido a descubrir autores considerados menores por el hecho de escribir best-sellers, esa casta de novelas mal miradas por el sólo hecho de llegar al gran público. Vender como pan bendito. Creo que el cetro de los literatos siempre mira en menos la obra que tiene un éxito sin precedentes, como si fuera algo negativo, amén de mal escrito. Me ha pasado que he leído clásicos contemporáneos que en realidad tienen errores y les falta la corrección de un buen editor literario; esa obras, sin embargo, son consideradas «mayores» por un grupo de críticos que en realidad juzga sin haber leído realmente la obra; sólo tienen la misma opinión que los demás supuestos críticos que han estudiado supuestamente una obra en particular. Creo que los críticos literarios no son capaces de llevar la contra y decir, por ejemplo, que Bolaño es malo, simplemente porque si lo hacen los otros críticos con más pedigrí (¿en este caso Ignacio Echeverría?) se abalanzarían a hacerlo trizas y lo devoraría como el cuervo a la carroña. Nadie se atreve a cuestionar la obra de esos clásicos modernos de «alta literatura» porque si lo haces una lluvia de insultos de alcurnia te dejará grogui. En realidad, lo que quiero decir es que los críticos que he conocido nunca tienen opinión propia. Tienen sólo la opinión de oídas, lo que oyó de un supuesto escritor, pero jamás tienen una opinión propia, y jamás hablarán mal de un escritor «mayor» que otro crítico con más poder ha tratado elogiosamente. Es decir (por ejemplo): Camilo Marks (crítico del diario El Mercurio) jamás dirá que Bolaño es malo porque el crítico Ignacio Echeverría (crítico de la meca literaria en castellano: España) ha dicho que es bueno. No más palabras. Esa es mi teoría. Capaz que no sea cierto. Ojalá. ¿Me doy a entender? Sin embargo, a veces te puedes encontrar con novelas larguísimas —de verdad muy largas, con letra pequeñísima— creadas por autores anglosajones. Y estas seguramente pasan desapercibidas por críticos como Echeverría o Marks. Lo mejor: best-seller yanqui. ¿Alguien ha visto la película Tiburón? La peli la hizo Steven Spielberg en 1975. Pero la idea de un selacimorfo que asesina como un psicópata no una idea original de Spielberg, sino de un escritor llamado Peter Benchley. Nacido en 1940 y muerto el 2006, estudió en Harvard y escribió discursos políticos para Lyndon B. Johnson. Benchley venía de una familia de periodistas y actores, y siempre estuvo obsesionado con el mar. Un buen escritor siempre debe tener una única gran obsesión que plasma en todas sus obras. Esa obsesión, desde luego, debe tratar de exorcizarla a través de una obra escrita. Benchley sólo nos dejó nueve libros. Nueve. En una ocasión, como todo detective literario que no tiene empacho de visitar las librerías «vulgares» de la calle Bandera, me encontré con la novela White Shark (Planeta, 1997). La edición estaba nueva e impecable y el precio no excedía los cinco mil pesos. Lo compré. Al tiempo leí una novela de terror que ponía a un animal como protagonista, algo como Cujo de Stephen King. En este caso, la trama —con harto suspenso— muestra un submarino hundido con un tiburón blanco adentro; un tiburón blanco que fue un experimento de la Segunda Guerra Mundial... ¿Mala literatura? ¿Mierda? ¿Por qué un texto que posee todas las características para poner a un lector en vilo devorando la narración es considerada mala literatura? Como en todo arte, la literatura está llena de trucos. Los géneros literarios tienen fórmulas. Cada escritor debe aprender las fórmulas por sí mismo. Los talleres literarios dirigidos por escritores de un libro (o tres libros) jamás te dirán el secreto para cocinar una novela que se lea de un tirón. Por favor, a los que quieren ser escritores: jamás vayan a un taller literario. Es pérdida de tiempo (y dinero). Menos a un taller de un escritor de un solo libro. Jamás escriban para expulsar pensamientos o sentimientos: eso no es literatura. Si quieren hacer eso, vayan a un siquiatra. La literatura es parte del negocio del entretenimiento, nada más. Los escritores que dictan talleres y que generalmente son escritores de un libro no tienen la fórmula; por eso sólo tienen un libro (o tres libros). Además, el aprendizaje de los trucos literarios lo debe hacer uno mismo leyendo cualquier tipo de literatura. Cualquiera. Ya sea ciencia ficción, literatura del oeste o literatura rosa. Lo peor que puede hacer un sujeto que se las da de escritor es leer lo que te recomienda un crítico de suplemento cultural. Desconfíen de los críticos (seguramente están confabulados con las transnacionales que publican). Fórmense su propia opinión y no hagan como los críticos que he conocido (un caso paradigmático es Marcelo Maturana, el peor editor free-lancer de Chile, cuyo seudónimo es Vicente Montañés en el diario Las Últimas Noticias). Tengan opinión. No sean zombis literarios. El asunto radica en leer de todo, y a mis manos llegó esa novela de Benchley que me la leí en una tarde. En otra ocasión leí Tiburón (Plaza & Janes, 1981), cuyo protagonista vuelve a ser un tiburón blanco con rasgos de sociópata. Así, de pronto, con el paso del tiempo, leí varios libros de Benchley, entre ellos Isla. Realmente es disfrutable leer a un autor que no pretendía llegar al altar mayor de la literatura. Así, por ejemplo, me zampé Abismo. Otra vez una novela traducida por editorial Planeta, y en esta ocasión la trama ocurre en las Bermudas y hay aventura a chorros. Lo último que leí de Benchley fue La bestia: un calamar gigante está en las profundidades y mata... Matar... Siempre se mata en la mala literatura, diría un crítico posmo que no sabe nada de nada. Pero los críticos pontifican y pontifican y crean un nicho y es preferible no pelear con ningún crítico o si no los poderes fácticos de la literatura te dejarán en la lista negra. Jamás te mencionarán. Una lista negra en la que hay nombres en secreto, escritores que jamás tendrán una buena crítica (o reseña) porque se hacen películas de sus obras, son showmans simpáticos y tienen una actitud mental positiva. Es posible —y es mi teoría— que la crítica especializada en literatura esté confabulada con las grandes editoriales con espectros de escritores que hacen amiguismo entre ellos y se leen entre ellos; la literatura para la gente común y corriente es, para ellos, mierda. Los criterios de ese sistema hacen una suerte de ley de Omertà. La ley del silencio, como en la Mafia. (Probablemete, Bolaño estaría de acuerdo conmigo si no se hubiera muerto hace once años.) Peter Benchley es un escritor que realiza hamburguesas, no hace caviar, pero qué va: da lo mismo. Al final igual ya nadie lee. Va contra los tiempos de oscurantismo en los que hay televisores y muchas basuritas tecnológicas. Nadie lee y a mí me da lo mismo porque seguramente ya estoy en la lista negra, quién sabe. Quién sabe lo que piensan los que manejan este sistema. Las grandes editoriales son, por sobre todo, industrias que quieren ganar dinero vendiendo y es posible que se privilegie a autores como Benchley. ¿Quién es quién para dictar el cánon? Lo que os digo: jamás confiés en los críticos, ellos no tienen opinión propia, ellos creen que la literatura debe ser de calidad, pero... ¿qué es la calidad? Yo les digo: la literatura, la buena literatura debe, por sobre todo, entretener. Bolaño entretenía con sus historias de poetas desesperados y Benchley también lo hizo con sus historias de seres de ultramar que matan sin lógica. A los dos los rescato. Traten de leer todo lo que un crítico no recomienda. Tal vez eso sea más interesante que lo publicado por autores que se leen entre ellos.













viernes, 6 de febrero de 2015

            La furia de Tarantino 

 
 
 
 
¿Qué es lo que hace que Quentin Tarantino, uno de los más reconocidos directores de cine de todos los tiempos, se enoje en momentos de lo más plácidos y normales? ¿De dónde proviene su furia? Un amigo diplomático de mi mujer me dijo que Tarantino, si no hiciera películas, estaría matando gente. En otra ocasión leí lo mismo en una biografía suya. El hecho es que se ha trenzado a golpes en restoranes, ha escupido y abofeteado a camarógrafos, ha hecho callar a entrevistadores, en fin. Tarantino es una tetera con agua hirviendo. Nacido en Knoxville, Tennessee, el 27 de marzo de 1963, hijo de un actor y músico amateur y una camarera, desde niño estuvo pegado a la pantalla del televisor. Literalmente, vio todo lo que había que ver para transformarse en uno de los más reconocidos directores de cine del planeta; incluso trabajó, adolescente ya, acomodando butacas en un cine porno y luego en Video Archives, una tienda de arriendo de películas que lo transformó de frentón en un cinéfilo. Era capaz de recomendarle a los clientes ciertos tipos de películas e incluso echarlos si no estaban a la altura. Su primer filme es de 1987, My Best Friend's Birthday, que rodó con escasísimo presupuesto. Aquí ya aparecen los personajes horteras de sus próximas pelis y es notable que haya logrado hacer un filme tan malo. ¿Lo habrá hecho a propósito? Estoy seguro de que hizo una mala primera película por pura pose. Siempre los directores de cine «cool» tienen una primera película mala. Recuerden a Francis Ford Coppola con Dementia 13 (1963), que, dicho sea de paso, a mí me gusta de los cojones. Tarantino ha sido cuestionado desde siempre y ha sido considerado un sujeto desestabilizado por directores de cine como Alex de la Iglesia. De la Iglesia contó que en una cena lo único que hablaba Tarantino era de cine. Pelis de artes marciales, de judo, westerns, en fin... Cine arcano... Alex quería irse porque Tarantino era monotemático y sólo le interesaba el cine, al igual como sólo le interesaba la literatura a Roberto Bolaño. Tarantino ha sido guionista, productor, director e incluso actor. Estudió actuación en la academia de Jimmy Best el sheriff Rosco P. Coltrane en The Dukes of Hazzard y es un reconocido mal actor, dicen por ahí, aunque a mí me gusta los roles que ha interpretado. Recuerden al sexópata de From Dusk Till Dawn. Hay que reconocer que Tarantino es un buen director, eso no se discute, pero siempre está a punto de explotar. ¿Si yo me trenzara a puñetazos con Tarantino? ¿Qué haría? Primero: debido a que es un sujeto alto, de más de un metro noventa de estatura, y yo, Ignacio Fritz, un sujeto relativamente bajo, tomaría un fierro y le asestaría de lleno en su cabeza de prominente mandíbula y frente amplia. Segundo: no creo que mis conocimientos en boxeo me ayuden con un tipo de la envergadura de Tarantino. Si bien estoy macizo, jamás podría pelear con ese mastodonte del cine. No me quedaría otra que decirle: «Quentin, contigo no quiero pelear. Eres mucho más grande que yo. Me ganaste». Tarantino nos ha ganado a todos. Es millonario, tiene líos sentimentales con la flaca Uma Thurman, incluso tiene un automóvil que ya me lo quisiera yo. Además, su capacidad de verborrea es envidiable. Le pusieron «Quentin» por un personaje interpretado por Burt Reynolds en la serie Gunsmoke. En su linaje corre sangre alemana y cheroqui. Pero la furia de Tarantino se refleja en sus películas... Antes de cumplir los treinta años, se manda un películazo: Reservoir Dogs. La trama ocurre en cuartos cerrados y tiene la sangre necesaria para alimentar el morbo de sujetos desestabilizados. En 1999 vi por primera vez Reservoir Dogs, estrenada por primera vez en 1992. Compré un cedé con su banda sonora. Hay gente que incluso copiaba los peinados de sus personajes. Hay diálogos cargados de chispa y demasiado humor negro. La palabra «negrata»  aparece a cada tanto, y eso ha molestado a otros colegas del cine, de raza negra, como Spike Lee. Claro que esa molestia es relativa. Hay un cameo de Tarantino en una peli de Spike Lee llamada Girl 6 (1996). «Q.T» es un director de cine famoso que ve el casting de una actriz de raza negra... En fin... Al final no sé quién está más molesto. ¿Seré yo el que está cabreado por el éxito de Tarantino? ¿Lo envidio? En 1996, para un ramo del colegio, vi Pulp Fiction. Me encantó. Me la repetí varias veces. Me gustaba el invento de las hamburguesas Big Kahuna y los cigarrillos Red Apple. Me agradaba la bobera de Vincent Vega. Una tontera que terminó con su muerte a manos del boxeador Butch. Con Jackie Brown (1997) me percaté que Tarantino era un director de cine maduro que podía hacer la adaptación de una novela de Elmore Leonard —uno de mis novelistas favoritos— sin morir en el intento. Con el dúo de pelis de Kill Bill también me sofoqué por el grado de «perfección» de todo, lo que hace que realmente tenga yo la furia hacia Tarantino, y no él hacia mí. La furia de Tarantino desembocó en mi propia furia. Confieso que mi peli favorita es Death Proof (2007). Aparte, Kurt Russell, el actor favorito de John Carpenter en Escape From L.A. (1996), actúa muy bien en esta película feminista. Porque Death Proof no es una película sobre un psicópata especialista en colisiones de acción de automóviles para películas, sino de unas chicas independientes que se las ven con un psicópata obsesionado con curvilíneas chicas independientes que... Envidio a Tarantino... La furia la tengo yo hacia él... Inglourious Basterds (2009) es una buena película bélica, sin embargo la actuación de Brad Pitt desmejora todo. Django Unchained (2012) me hizo tenerle más tirria a Tarantino cuando fui al cine y había una cola enorme para entrar. Había fanáticos por doquier. Pero la furia de Tarantino tal vez tiene su explicación a que se trata de un friqui, un excelente friqui, tan friqui como yo, que en realidad tengo sentimientos encontrados hacia él. Lo admiro, lo quiero y lo odio. Así de simple. The Hateful Eight, su última peli hasta el momento, será estrenada el 2015 y espero verla con mi mujer. Así como vi Django Unchained en la comodidad de mi casacon mi suegro cuando me vino a visitar. Mi furia es parecida a la de «Q.T». A ambos nos gusta la violencia en el cine y la literatura, y a ambos nos gusta la comida chatarra. Si me gusta la chatarra, no me puedo ir a las manos con Tarantino, ¿no creen? Debería ser su amigo. Total, espero que mi envidia hacia Tarantino se disipe cuando quede totalmente choqueado por su vulgar excelencia cinematográfica.

 

jueves, 22 de enero de 2015


Mis respetos a Bolaño

  

Roberto Bolaño no está sobrevalorado. Nunca lo estuvo. Es un narrador de primera línea. Calidad y talento se aúnan en su ficción. Lo primero que leí de él fue Una novelita lumpen. A varios escritores reconocidos le pidieron que escribieran de una ciudad en particular, y a Bolaño le ofrecieron Roma y terminó escribiendo una novela de ciento y pico de páginas que se reía de las novelitas burguesas de José Donoso. Una novelita lumpen me la dio Claudia Apablaza —una escritora veleidosa de ego monumental— en el año 2005, y antes no había leído absolutamente nada de Bolaño. Nada. Desconfiaba de su boom mediático luego de haberse ganado el Premio Herralde y el Rómulo Gallegos; por eso no lo leía. Me cargaba que cuando estudiaba literatura —en realidad nunca estudié de verdad literatura—, Cristián Warnken le dijera a un alumno destacado, un alumno tan burgués como el que más, el apodo de «Belano» (cuando Belano era lumpenproletariado en estado puro). Y para el 2005 Bolaño era archiconocido en el mundillo literario chileno que yo frecuentaba como un péndex inmaduro. Incluso, hoy, si estuviera vivo Bolaño, yo sería más osado y me conseguiría su número de teléfono y lo llamaría cual grupi. Siempre lo he pensado. Bolaño se murió el año 2003 y eso es irreversible. Pero seguramente si aun respirara yo trataría por todos los medios de conocerlo. Me pegaría un viaje a Blanes, lo juro. Soy su fan. Me parece que su literatura es de alto octanaje. Es una literatura para un público que debe tener cierto nivel cultural, claro. Al menos eso dice Mario Vargas Llosa —el escritor mateo de todos los tiempos— cuando lo entrevistan sobre Bolaño para un ¿documental? de TVE llamado El último maldito. Igual creo que eso del nivel cultural para poder leerlo es relativo. No hace falta ser culto para leerlo y entenderlo. No hay palabras rebuscadas. No hay una sintaxis pedante. Bolaño siempre me gustó. Me gusta su irreverencia, sus ganas de tirar mierda con ventilador a un establishment literario gonorreico: el chileno. Otro libro que conseguí de él fue a través de Matías Celedón, que me regaló o prestó no sé: la otra vez me lo topé en una tienda del Costanera Center y me cayó bien su cercaníaConsejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce. Al igual que Jim Morrison, la gloria de Bolaño duró cinco años. Se ganó el Premio Herralde con Los detectives salvajes en 1998 y en el 2003 se murió. Durante esos cinco años, dio entrevistas y sacó varios libros —casi uno al año— que siempre me han provocado algo indescriptible. Me parece que Los detectives salvajes es como un viaje a Madrid. Por la página 400, es como si fuera la hora séptima del viaje y quieres que se acabe. Ya. Que se acabe porque llega a ser agotador, igual que un viaje a España. Llega a ser envidiable la capacidad de los personajes de entablar amistades, como si nada. Los personajes de Bolaño quizá no tienen problemas de socialización y odian lo establecido. Belano y Lima odian irreverentemente a Octavio Paz y son los padres del infrarraelismo. Me hubiera gustado haber conocido gente como la retratada en Los detectives salvajes... Aunque Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce la escribió en conjunto con Antoni García Porta, creo que estamos ante una novela con una pulsión narrativa que ya se la quisieran muchas novelas que se publican a cada momento. Bolaño tiene fuerza, incluso, en mi modesta opinión, creo que Los detectives salvajes es una novela que perfectamente se puede leer sin parar —en una noche— si tienes las ganas de hacerlo. A ratos se hace excesivamente larga, pero es muy entretenida, sobre todo el álter ego de Bolaño:  Arturo Belano. Eso que siempre se le vea como drogado y que sospechen que es asexuado me parece excepcional. En Los detectives salvajes hay de todo, incluso el bosquejo de una novela de sci-fi. Pero para qué digo los cuentos de Bolaño. Particularmente, me gustó mucho uno de Putas asesinas titulado Fotos. Belano está en África viendo un álbum de fotos de poetas franceses que han sido antologados en otros libros, o que han publicado. Belano ha conseguido vivencialmente lo que consiguió Rimbaud en África —el poeta imberbe por excelencia—, pero no ha logrado llegar al altar del reconocimiento mediante una foto en un libro. De Bolaño se ha dicho mucho, incluso de que fue heroinómano. Vaya uno a saber. A mí me pasa es que me da lata no haberlo conocido. En Chile mucha gente se juntó con él para conseguir algo —eso es obvio en un mundillo literario chileno tan hipócrita—, pero yo sólo me hubiera gustado juntarme para rendirle mis respetos. Es un autor mayor. Igual es una huevada que todos se saquen el sombrero ante Bolaño, pero creo que no está sobrevalorado. Tiene calidad. Potencia. Y eso se nota. ¿Qué otras cosas he leído de él? Bueno: Llamadas telefónicas (con el notable cuento Sensini y El gusano), La literatura nazi en América (ya quisieran muchos escritorcillos chilenos mandarse una novela borgeana como esa), Nocturno de Chile (que Herralde no quiso que se titulase Tormenta de mierda) y Estrella distante (¿que más utópico que un poeta que escribe poemas etéreos con su avioneta en el aire?). Con Los detectives salvajes me quedó claro que no es una novela que, al leerla, tú digas que es mala y todos los gilipollas dicen que es buena porque el autor de dicha novela hace buen lobby y tiene amigos. No. Aquí hay narrativa de calidad, y eso se agradece. 2666 es otra gran novela de Bolaño. Una novela monumental: mil y tantas páginas. En este posteo he tratado de no decir de qué trata los libros que he leído de él, creo que cada quien debe formarse su propia opinión, pero se nota en 2666 y en El gaucho insufrible (su último libro de cuentos) de que Bolaño está molesto porque se va a morir pronto debido a su problema hepático. Lamentable. Solamente me hubiera gustado haber conocido a Bolaño simplemente para haberle dado mis respetos. A la literatura en Chile le creció el pelo gracias a Bolaño. Fue un chileno que casi no vivió aquí. Chile está en el culo del mundo y siempre habrá que cargar con esa cruz, sobre todo con los que hemos querido ser escritores estadounidenses. Bolaño es...: BOLAÑO. Y lo digo sin haberlo conocido. Y me hubiera gustado sólo darle las «gracias», a lo Alanis Morissette, por su aporte a la gonorreica literatura chilena que no salva a nadie.